sábado, 13 de septiembre de 2008

Ëtico y dianoético: hombre como irracional con razón



Aristóteles utiliza desde el final del libro I una separación para reconocer las partes del alma. Empezando desde el nivel más básico, en el cual se encuentra todo lo relativo a la nutrición y las pulsiones básicas (phytikón), luego el nivel de lo que corresponde a los deseos (orektikón). Tanto la parte vegetativa como la deseosa pertenecen a lo que el estagirita denomina tó álogon, es decir lo que no actúa según la razón. Por otro lado tenemos lo que sí actúa según la razón, tó lógon ekhón. En este nivel tenemos dos partes lo que se refiere a la parte de la boúleusis, es decir la que delibera sobre lo que puede ser de otra manera, aquí tenemos a la phrónesis y la tékhne. En la última parte se encuentra lo que se dirige hacia lo que no puede ser de otra manera (tá endekhómena mê állos ékhein), es decir lo inmutable, lo necesario. En esta parte (epistemonikón) se encuentra la sophía, el noûs y la epistémê.

De esta manera Aristóteles nos está presentando una separación clara de de los fines que corresponden a cada una de las partes; me refiero a que cada parte de este esquema está siempre dirigiéndose a un fin particular. Desde los principios (a los que se dirige la parte más elevada) hasta la manifestación factual de esos principios (en la praxis).

Ya en la Metafísica[1] Aristóteles ya tenía presente este esquema, según lo que él denomina grados del conocimiento. En primer lugar esta la aísthesis que compartimos con todos los seres vivos animados, este es el primer paso para conectarnos con el mundo (sin este nivel tan básico, no se podría salir hacia el mundo). En segundo lugar está la memoria, como aquella capacidad para almacenar experiencias repetidas acerca del mundo, de esta manera podemos referirnos al mundo según un principio inductivo. En tercer lugar está el arte (tékhne) como la repetición de experiencias, en las cuales ya se sabe acerca de un principio, es decir, se ha hecho una actividad tantas veces que se ha abstraído el principio que dirige dicha actividad. En ese sentido la tékhne se dirige hacia el mundo de lo contingente, pero lo hace a través de un principio; por ejemplo el artesano que ya sabe hacer tal o cual objeto, ya sabe sobre el per se de ese objeto, mas cuando lo realiza en la creación (poiesis) puede ser de varias maneras, es decir el objeto puede cambiar accidentalmente (por ejemplo, un artesano que sabe hacer un objeto como una tasa, ya sabe acerca de la forma de su objeto, ya sabe de él en nivel de idea o pura forma; así ya cuando pase a plasmarlo lo puede hacer de varios colores o de materiales distintos, pero siempre conservando la forma, es decir que sea un recipiente en el cual se pueda verter líquido y que posea un asidero). En cuarto lugar se encuentra la epistémê como la parte que tiene que demostrar según los principios -los primeros principios-, ya que la epistéme no es meramente independiente, necesita de principios como base sólida, desde los cuales pasará a demostrar. Para el caso de la ética, téngase en cuenta el silogismo práctico que guarda la forma del silogismo demostrativo. Por último tenemos el noûs como la capacidad intelectiva que se dirige hacia las primeras causas y principios de todo, de ahí que sobre esos principios se pueda demostrar lo que la ciencia enuncia, estos principios son la premisa inicial de la epistéme. La actividad de la sophía es la de dirigirse hacia el conocimiento de los primeros principios. Es decir como ciencia de lo primeros principios: la ciencia más pura. Ya en el capítulo II del Libro A de la Metafísica, podemos saber a qué se refiere la sophía como actividad propia del sophós. Se caracteriza a este sophós como el que sabe de todo en gran medida, además está en la búsqueda de principios que le permitan explicar la totalidad. Siendo una ciencia no hay que perder de vista que esta ciencia se acompaña del noûs. Entonces la sophía es la ciencia que versa sobre lo que el noûs ha abstraído como principios, así la sophía es la suma de noûs con la epistemê. El noûs es la aprehensión intelectual de los principios, en este nivel de conocimiento ya no interviene ningún sentido, se trata aquí de una capacidad que se dirige por pura intuición para alcanzar los principios, a la manera de un insite, un momento de pasmasión y plasmación de estos principios.

La distinción hecha en la Metafísica sirve de camino para indicar que dichos grados de conocimiento están dirigidos hacia la sophía, de ahí todo cobra sentido; ya que toda ciencia o acción debe estar sostenida por principios dados por la razón. Entonces si es que se tiene a la mano dichos principios, se puede ya emplearlos como soporte en la acción puntual. Aquí no debemos perder de vista que todos los ámbitos del alma que caen bajo de la sophía, toman de ella los principios. Aquí podemos señalar el caso particular de la tékhne, ya que si ella se encuentra en posesión de principios podrá hacer de la mejor manera posible su creación (poiesis), si estos principios los da la sabiduría podrá hacerlos según la armonía de la unidad, aquí el ejemplo de Fidias y Policleto[2].
Pero para el caso de la ética que se manifiesta en la acción humana dentro de la pólis, no se debe olvidar que aquí también se deberá actuar según dichos principios, los principios de lo bueno y lo mejor para el hombre, que han sido vislumbrados en un primer momento por el noûs.

Si es que la acción deberá ser buena y mejor para la vida del hombre, deberá deliberarse sobre cuál es la mejor. Esta facultad la manifiesta la phrónesis, ya que la phrónesis será la capacidad que nos permita actuar según un principio, el principio de lo bueno y lo mejor. En ese sentido, la phrónesis está acompañada del lógos. Entonces el lógos en la deliberación nos permite conectar la acción según un principio, por eso se requiere que la acción manifieste un principio de lo bueno y lo mejor, si es que es una virtud. Por eso está la acción acompañada de lógos. Aquí, si recordamos la definición de areté, como la escucha al lógos, se sabe luego que las virtudes son la manifestación de este lógos práctico. Por eso las virtudes toman su sentido desde la razón y los principios que la razón ha logrado aprehender.

En este esquema el estagirita quiere que reconozcamos que se va actuar según principios. Por eso ninguna parte está sobre la otra, se trata de una complementación de una a otra, ya que finalmente todas pertenecen al alma del hombre. Si es que la plasmación de las virtudes se da en la praxis, estas deben enmarcarse según lo bueno y lo mejor para el hombre.

Cada parte de esta separación cumple con un érgon, cada érgon se va a centrar sobre la parte específica que le toca realizar en el conjunto del alma humana. No debemos olvidar tampoco, que hay, o debe haber, una comunicación entre ambos ámbitos, ya que, si se quiere hacer (hombre es praxis) de la mejor manera nuestra función en una acción, se deberé hacer según la virtud que toma su dirección a partir de los principios de la razón. En ese sentido debe haber una luz que pueda iluminar la acción. Podemos analogar este ejemplo con lo que supone la luz del sol del símil de la República. Ya que el órgano de la visión y el objeto, requieren de algo externo a ambos que permita hacer una distinción, en ese sentido la luz funciona como una distinción que nos permite ver fuera de nosotros. Se sabe que la luz proviene del sol como hijo del Bien. Entonces para el caso de la Ética Nicomáquea, se está también reclamando que haya una luz que indique el camino o la distinción, en este caso, la referida al éthos. Por eso aquí también se hace plausible la necesidad de actuar según un principio, que funcione a la manera de una directriz en la acción, ya que finalmente la virtud se dibuja como una luz que indica la mejor manera de hacer algo, no olvidando a la vez que esa luz la toma de los principios que están en la parte racional del alma.

NOTAS


[1] Aristóteles, Metafísica. Lib. A. (primer y segundo capítulo)
[2] EN. 1141a 10.

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