No se puede negar que todo éthos debe partir de una organización social. Un grupo humano por más pequeño que sea, manifiesta en sí mismo un fin compartido. Sin la necesidad de una teoría ética de por medio, o como premisa, ya existe un soporte en las costumbres de todos, una ordenación que incluye a los demás. Si se habla de una postura ética, se está asumiendo una salida desde uno mismo hacia los demás. En ese sentido, el enunciado del hombre como un animal político nos invita reflexionar sobre esta esencia particular del hombre, que Aristóteles nota, además, que no se repite en otros animales.
Está en nuestra naturaleza el organizarnos y compartir, en este caso espacios públicos en los cuales manifestamos nuestro actuar, por eso no se debe olvidar también, que si nosotros nos estamos manifestando en un espacio público, estamos actuando, o mejor dicho interactuando en la praxis. Somos plenamente praxis a diferencia de otros animales, aquí recuerdo lo que Hannah Arendt en La Condición Humana comenta al respecto. Ya que, Arendt, como buena aristotélica, indica que el hombre se realiza a sí mismo en el actuar, pero además este actuar se asienta sobre la base del decir, del lógos. Entonces en el hombre no se puede separar lo que se muestra en la acción, y esta acción según un fin indicado por el lógos. Este actuar entre uno y otro, es decir, cuando se van ampliando las fronteras de mi propia subjetividad, indica la salida de lo particular hacia lo distinto a mí, que también guarda una semejanza con mi esencia. Uno y otro según su propia naturaleza política, están apuntando a conformar una comunidad compartida, y en un nivel ya macro tenemos un Estado, o para el caso del estagirita una pólis.
Entonces la esencia social y política del hombre son la premisa inicial de una ordenación macro en un Estado, porque se está sumiendo el rol de igualarnos en un espacio compartido. No se trata de individuos aislados, que entregan sus voluntades individuales como en el caso del Estado hobbesiano; aquí se trata de una consustancialidad entre uno y otro individuo, sin la necesidad de entregar nuestra voluntad a otro para que la dirija. En ese sentido el peso también recae en la posibilidad de hacer uso de nuestra voluntad, y manifestarla. De esta manera Aristóteles pone el acento sobre la facultad deliberativa y de juicio en su ética; ya que si se escoge algo se lo hace en virtud de una deliberación, es decir un asumir mi individualidad en la que también se vea involucrado el otro, pero a través de principios, que el otro también asuma.
Si la pólis avisorada en esta ética se configura a partir de una premisa en el bien como télos, hay que diferenciar esta pólis de la platónica, ya que Aristóteles nos muestra que el asidero del cual parte esta postura tiene más <>, es decir se trata más de interrelaciones, que sólo intelección del bien en sí. No se trata pues de una ética intelectualista, ya que finalmente se pone más peso en el nivel de convivencia plena, y a partir de ahí saber cuál es lo bueno y lo mejor para el hombre.
Entonces dicha ordenación que se funda en el otro como siendo igual a mí según nuestra naturaleza, esboza un éthos asumible entre uno y otro individuo particular. Es más no se debe olvidar que este individuo particular puede hacerse notar por los demás por su condición innata de ser praxis y léxis (en palabras de Arendt). Se sabe que al hacer nosotros uso de estas capacidades aparecemos en lo público, de esa manera podemos saber que estamos saliendo de la subjetividad y entrando al terreno común compartido. De esta manera la pólis que reclama el estagirita se está configurando, ya que no se parte de principios totalmente aislados, sino que den la pauta. Es más, la regulación que se vaya dando en esta pólis tiene más peso en las relaciones sociales; estas reglas, a la vez, se van formando mientras las usamos, no hay pues tal mirada desde fuera. De esta manera tenemos dos frentes a lo que atenernos a la hora de ejecutar la acción, la razón y la acción reflejante de esa razón como principio. Hay una mutua complementación, sin darle mayor peso a ninguna. No se trata de imperativos universales inamovibles, sino que esa pauta está a la vez en nosotros, y depende de nosotros su manifestación. Aquí recordemos la definición de la areté, y la importancia que se le da a la elección como equilibrio entre los vicios, en un centro relativo a nosotros que es la virtud.
De esta manera la ética de Aristóteles invita a pensar en la acción como elección deliberada. Está acción se configura en la manifestación de la misma en el ámbito compartido con otros. La premisa del hombre político, implica de esta manera una comunidad en la cual todos se familiarizen con estos principios morales. Además aquí se debe tener en cuenta el papel de la misma comunidad que ya plantea sus modelos de virtud, por eso aquí también la referencia al phrónimos, como el paradigma viviente de lo bueno y lo mejor.
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