Hume, como empirista, piensa que uno al estar en el mundo no trae algo innato, es decir, algo que provenga aisladamente de las percepciones. A la manera de la tabula rasa de Locke, es por esto que el conocimiento no es más que lo que paulatinamente vamos abstrayendo de lo que tenemos fuera. De esta manera el entendimiento se pone en funcionamiento gracias a lo que percibe de fuera. Aquí basta con recordar lo que al inicio de Tratado Hume refiere como sensaciones e ideas. Una breve recapitulación acerca de esos conceptos nos invita a pensar que lo que se abstrae de afuera sólo viene por vía sensorial. En el caso de las sensaciones, estas son totalmente directas, es decir, lo que me viene directamente por vía sensorial. Por otro lado, las ideas son recuerdos difusos de lo que alguna vez fue una sensación. En este libre juego de las sensaciones con lo de ahí afuera, no interviene para nada la razón. Es más, Hume recalca la idea de que la razón sólo es auxiliar a la hora del conocimiento, de manera que esta no puede por sí sola proveer de material de conocimiento. Además, Hume recalca que lo que tenemos dado a los sentidos son sólo meros hechos, nunca juicios, como son los que emplea la razón. Entonces aquí hay una clara disyunción entre la razón y la sensación. Para Hume entonces la sensibilidad es la única que provee de material de conocimiento, mientras que la razón sólo es auxiliar, y siempre actúa en un segundo momento.
Entendidas estas ideas de lo que Hume piensa acerca del conocimiento, llama la atención aquí que para el caso de la ética se siga una forma análoga; es decir, la ética también se basa en hechos, como en el caso epistemológico, pero los hechos de los que se ocupa la ética son los hechos humanos, aquellos que transcurren dentro de las vivencias de hombre frente a otros hombres. Parece curioso aquí que se haya tomado de igual forma un hecho moral y un hecho físico. Sin embargo, esta idea se agrava cuando se agrega que: “Lo que existe en la naturaleza de las cosas dicta la norma de nuestro juicio, mientras que, lo que un hombre sienta dentro de sí mismo es lo que marca norma del sentimiento[1]”. Aquí se pretende equiparar a la naturaleza y al hecho moral. Hume agrega que ambas comparten la misma forma. Con respecto a la causalidad el problema sigue siendo análogo tanto en le hecho físico como en el moral. Hay que recordar aquí que Hume pensaba que un hecho físico cae en la percepción, y que está percepción encontraba una conexión entre causa y efecto gracias al sentimiento. Es decir, un hecho no puede presentarse como incausado, ya que se necesita una conexión con una causa. Esa necesidad es la que impera en el ámbito físico, pero esta idea también es la que patentiza un hecho moral, ya que no hay un hecho moral que esté aislado: tiene ya una determinación en los hechos que lo preceden. En ese sentido, Hume habla de una ética determinista que elimina en sí la idea de libertad o libre albedrío. Se nota aquí que el reclamo de universales estables recae sobre la determinación del hecho moral ya que “El hecho de que una acción sea virtuosa o viciosa se debe tan sólo a que es signo de alguna cualidad o carácter. Esa acción tiene que depender de principios estables de la mente, que se extienden por toda la conducta y forman parte del carácter personal[2]”. Entonces para Hume no se puede hablar de una acción libre, sino que dicha acción ya viene determinada por el estado de la mente. De esta manera existe una conexión de un hecho con el carácter global de una persona. En ese sentido, piensa Hume que un hecho, como un crimen o un vicio, está determinado ya por la vida total o estado de carácter de una persona. De ahí que podamos notar que esa determinación del carácter global hace posible que podamos saber qué personas no son buenas. Por ejemplo, para el caso de un criminal, debemos saber que la acción que ha realizado no es mero azar, sino parte ya de la determinación de su mente. De ahí que podamos condenarlo, ya que percibimos que hay una determinación que hace que ese hecho pueda ser repetido: tal hombre debe ser sacado del ámbito social. De esta manera la justicia sí cobre sentido. El ejemplo del que se basa Hume es el siguiente:
¿Dónde está la cuestión de hecho que aquí llamamos crimen?; señaladla; determinad el momento de su existencia; describid su esencia o naturaleza; exponed el sentido o la facultad a los que se manifiesta. Reside en el alma de la persona ingrata; tal persona debe, por tanto, sentirla y ser consciente de ella. Pero nada hay ahí, excepto la pasión de mala voluntad o absoluta indiferencia. Mas no podemos decir que siempre y en todas las circunstancias estas cosas sean crímenes. No; sólo son crímenes cuando se dirigen contra personas que previamente han expresado y manifestado buena voluntad para con nosotros. En consecuencia, podemos inferir que el crimen de la ingratitud no es ningún hecho individual en particular, sino que surge de una complejidad de circunstancias, las cuales, al ser presentadas al espectador provocan el sentimiento de censura según la estructura y constitución particulares de su mente[3].
De aquí se debe agregar además que todos los que perciben un hecho moral pueden aprobarlo o censurarlo según su naturaleza, ya que todos compartimos un carácter general de asentir acerca de una buena o mala acción. Entonces, para reforzar esta idea, Putnam agrega que “Hume pensaba que la mayoría de las personas imparciales y bien informadas aprobarían todo aquello que fuera bueno, pero nunca afirmó que éste fuera el contenido de la
Pero aquí me remito a objetar a Hume, ya que globalmente no podemos pensar en una determinación según estados mentales de diferentes personas. Cada persona se enfrenta a un hecho moral de distinta manera, tal vez apelando a su propia manera de percibir -a través del sentimiento- un hecho moral. Sin que esto suene a un relativismo, prefiero involucrar esta determinación humeana, que refiere a los estados mentales, con mínimos universales que provengan de la razón. Pues al respecto Kant también hace plausible la determinación en el ámbito fenoménico, en el sentido de causas y consecuencias, pero devuelve la libertad al hombre a través de la razón práctica, porque el actuar humano supone muchas posibilidades en sus causas. Además las condiciones entre una y otra persona son distintas. Entonces no se puede encontrar una determinación puntual en un hecho moral. En ese sentido, lo que se puede rescatar de Kant, en el sentido de universales basado en la razón, es que éstos sean mínimos y dirijan la acción externamente. Debe haber pues una luz que pueda mostrar el camino, a la manera de la luz que indica el camino de salida de la caverna. Pero esa luz debe ser auxiliar, no tajante a la hora de actuar, es decir, debe mostrar una pauta de acción mínima universalizable a la manera de un imperativo. No obstante, no debe ejercer un carácter prescriptivo, sino como sugerencia en la acción. Pues pienso que la razón, en tanto práctica, sí puede ayudar a discernir el camino en la acción. No se puede entonces relegarla a la manera humeana a mera auxiliar, sino que en base a ella, se pueda evocar su voz en las acciones humanas. Aristóteles tal vez lo haya puesto ya en la definición de la virtud de esa forma, ya que toda acción debe acompañarse de una elección apoyada en la razón. Por eso entonces cuando hablamos de un universal mínimo como pauta de acción me refiero a una virtud como luz que dirige una acción puntual, pero, kantianamente hablando, con la posibilidad de ser universalizable. Lo que Hume muestra entonces debe ser apoyado en la razón; por eso Hume puede estar aún vigente, en tanto, teoría del sentimiento. Pero lo que reclamo aquí es poder incluir en ese sentimentalismo un cariz externo que nos permita encaminar dichos sentimientos. Por eso el intento de devolver la libertad al hombre por medio de la razón práctica es un agregado que podría conectarse con la teoría humeana. Es pues plausible notar que se puede tener simpatía con un hecho moral, no obstante, esa simpatía debe estar encaminada por un precepto que apoye la acción desde fuera, y postulada por la razón, como capacidad de discernir al momento de una acción puntual. Dejo aquí pues algunas pautas conceptuales que sirvan para el siguiente debate.
Para ambos autores debe haber algo estable de lo cual asir una ética o una filosofía moral. Pero esos universales no se deben extrapolar como prescripciones, sino que, esos deben mostrar un camino de acción ya transitado como la virtud. No me dejó muy contento el determinismo de Hume, ya que finalmente una interpretación del hombre siempre debe tomarlo como libre. De ahí la libertad de elegir las consecuencias de su acción bajo una luz que se a una directriz.
[1] Hume, David, Investigación sobre los principios de la moral. Madrid: Alianza Editorial 1993. p. 34
[2] Hume, David. Tratado de la naturaleza humana. Madrid: Técnos. 2002. p. 769
[3] Hume, David, Investigación sobre los principios de la moral. Madrid: Alianza Editorial 1993. p.174
[4] Putnam, Hilary El desplome de la dicotomía hecho-valor, Paidós, 2004, Hartad 2002. p. 34.
[5] Hume, David. Tratado de la naturaleza humana. Madrid: Técnos. 2002. p. 765
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