Si toda moral tiende a ser organizativa, y además pretende una ordenación en un grupo humano, quiero aquí destacar aspectos en las que ambas posturas (Hume y Aristóteles) pueden conectarse. En primer lugar, ambas parten de un nivel plenamente de convivencia de unos y otros, no hay un cariz racional aislado de la base empírica, como sucede en el caso kantiano. Además ambas apelan al asentimiento común acerca de lo moral, por un lado Hume le da más peso a esto a partir del sentimiento que todos expresamos acerca de un hecho concreto, por otro lado Aristóteles también con una base empírica, lo desvía por el lado de la virtud y los modelos de virtud que existen ya en el ámbito de la praxis en la pólis, es decir también se está centrando en la referencia del otro como pauta de acción. Ninguno está plenamente privilegiando a la razón sobre el deseo, recuérdese aquí por ejemplo, que para el estagirita toda acción siempre parte de un deseo.
Sin embargo, aquí traigo a reflexión lo siguiente: si es que existe la posibilidad de un asentimiento común acerca de algo como bueno o malo (a la manera de Hume o de Hauser, es decir de un tipo de gramática moral universal), hay pues un terreno común si de moral se trata, así como con el lenguaje. Mientras que por otro lado, si es que existe dicho lenguaje moral, se crea necesario establecer una regulación de la mejor manera posible. Ya que, si es que sí hay un consenso mínimo de pautas entendibles por todos, sobre aquello debe establecerse la mejor manera de llegar a un equilibrio. Me estoy refiriendo aquí al juicio evaluativo que parte de una deliberación, ya que no se debe perder de vista una pauta que dirija la acción. Si bien es cierto el deseo como pulsión básica actúa irreflexivamente; sobre esto se debe tener una referencia para conseguir, lo que el deseo manda, de la manera más eficiente. Aquí recordemos lo que el juzgar dice, ya que el juzgar está más a la mano en nosotros, dado que siempre versa sobre las particularidades y sobre lo contingente. Lo que aquí quiero referir es sobre esa posibilidad evaluativa del hecho, es decir tener un detenimiento que implique sopesar causas y consecuencias en las acciones. Si esto se logra de una manera eficiente, es lógico pensar que todos también entren en sintonía con dicho juicio, ya que dicho juicio tiene a la base un lenguaje que sí puede ser por todos entendido.
Lo que quiero destacar aquí, es sobre la posibilidad del cuestionamiento que debe acompañar al deseo, no se trata de aquí ámbitos separados. Se sabe de esto que, la moción inicial es algo que está a la base en las pulsiones, no se trata pues de algo que no parte de uno mismo. Además, si podemos conectar dicho sentimiento con los demás a través de la simpatía, entonces ya hay una referencia externa que acompaña el acto moral. Pero estos actos no se deben mostrar como aislados, sino que deben estar ya habituados en nosotros, por eso la afirmación de Aristóteles de la virtud como un hábito; es decir, estar ya acostumbrados por la elección continua de lo mismo, a hacer de la mejor manera posible nuestras acciones.
Parece claro distinguir aquí que no es sólo necesario el ojo, como órgano de visión, ya que por sí solo no puede ver el mundo. Tampoco el objeto externo como hecho moral. Para que entre ambos aparezca una relación que permita distinguir lo uno de lo otro, debe mediar una luz que clarifique, y de pautas para dirigirse hacia la acción -en este caso moral- dentro de los parámetros de lo bueno o lo malo. Si encontramos viable la tesis de tener un sentimiento moral compartido, como en el caso de Hume y Hauser, sólo contaríamos con el mero órgano visual, no hay nada más. Por otro lado si tenemos mera reflexión vacía, tendríamos sólo el objeto, en este caso como dilema moral con reglas claras, pero sin aplicación concreta. Entre ambos debe entrar el juicio valorativo, como la luz que permite distinguir lo uno de lo otro. El juicio puede aunar uno y otro lado, ya que dará sentido al hecho y podrá ser entendido por todos (si presuponemos tal órgano moral).
El sentido de la luz que es traída por el juicio, viene por el lado de la referencia tomada de un principio, es decir, de algo de lo que se toma esa luz. En ese sentido, hay una identificación plena a través de una esencia que permita darle sentido a ambos ámbitos. Lo que aquí he pretendido hacer es señalar que no sólo es válido reconocer un órgano moral o sentimiento moral, ya que este por si sólo, se avoca a lo que la pasión solicitaría. Mientras que, si este sentimiento se ve acompañado de un juicio que discierna la mejor manera de conseguir lo que el deseo indica, sería mejor. Entonces, aquí el juicio debe ser tomado en un nivel que permita distinguir señales o vías de lo bueno y lo mejor en sentido universal, pero sólo se mostrarían como referencias, ya que el juicio aquí toma el sentido de poner lo universal en lo particular.
Hasta aquí he querido resaltar lo que supone el juicio como posibilidad de unión de principios a caso particulares. De esta manera el juicio deliberativo aristotélico, que toma su esencia en la razón, me parece viable. No obstante aquí se debe recordar que esa referencia también estaba dada por el phrónimos[1], es decir aquel que a través de la repetición de acciones buenas ha podido convertirlas en un hábito, y este hábito es la referencia que toman todos los demás. Sin una pretensión valorativa hacia la razón, quiero poner énfasis en lo que significa que la virtud ya esté dada dentro de las convivencias humanas, y de esta manera funcionen como directrices ya establecidas. Por eso no sólo bastaba tener un asentimiento acerca de lo moral, esto sería solamente el lenguaje que nos permita entender algo como bueno o malo. Pero las pautas ya se ven reflejadas en el mismo actuar, y aquí el peso de lo cultural que suponen las relaciones humanas. Para terminar sólo me falta hacer una reflexión acerca del juicio como la capacidad de aunar principios en la acción concreta, y como a través de esta habituación podemos tener modelos para actuar.
[1] “Wise man is a lawgiver or educator who has the rule in his soul. It is he that in the last resort determines the degree of feeling which is precisely right in given circumstances for particular people” Cf. John Burnet, Aristotle on Education. Cambridge: at The University Press 1967 p 48.
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