martes, 26 de agosto de 2008






"La Universidad debiera insistirnos en lo antiguo y en lo ajeno. Si insiste en lo propio y lo contemporáneo, la Universidad es inútil, porque está ampliando una función que ya cumple la prensa" Jorge Luis Borges

miércoles, 13 de agosto de 2008

Hume y Aristóteles: no sólo basta la vista, también es necesaria la luz




Si toda moral tiende a ser organizativa, y además pretende una ordenación en un grupo humano, quiero aquí destacar aspectos en las que ambas posturas (Hume y Aristóteles) pueden conectarse. En primer lugar, ambas parten de un nivel plenamente de convivencia de unos y otros, no hay un cariz racional aislado de la base empírica, como sucede en el caso kantiano. Además ambas apelan al asentimiento común acerca de lo moral, por un lado Hume le da más peso a esto a partir del sentimiento que todos expresamos acerca de un hecho concreto, por otro lado Aristóteles también con una base empírica, lo desvía por el lado de la virtud y los modelos de virtud que existen ya en el ámbito de la praxis en la pólis, es decir también se está centrando en la referencia del otro como pauta de acción. Ninguno está plenamente privilegiando a la razón sobre el deseo, recuérdese aquí por ejemplo, que para el estagirita toda acción siempre parte de un deseo.

Sin embargo, aquí traigo a reflexión lo siguiente: si es que existe la posibilidad de un asentimiento común acerca de algo como bueno o malo (a la manera de Hume o de Hauser, es decir de un tipo de gramática moral universal), hay pues un terreno común si de moral se trata, así como con el lenguaje. Mientras que por otro lado, si es que existe dicho lenguaje moral, se crea necesario establecer una regulación de la mejor manera posible. Ya que, si es que sí hay un consenso mínimo de pautas entendibles por todos, sobre aquello debe establecerse la mejor manera de llegar a un equilibrio. Me estoy refiriendo aquí al juicio evaluativo que parte de una deliberación, ya que no se debe perder de vista una pauta que dirija la acción. Si bien es cierto el deseo como pulsión básica actúa irreflexivamente; sobre esto se debe tener una referencia para conseguir, lo que el deseo manda, de la manera más eficiente. Aquí recordemos lo que el juzgar dice, ya que el juzgar está más a la mano en nosotros, dado que siempre versa sobre las particularidades y sobre lo contingente. Lo que aquí quiero referir es sobre esa posibilidad evaluativa del hecho, es decir tener un detenimiento que implique sopesar causas y consecuencias en las acciones. Si esto se logra de una manera eficiente, es lógico pensar que todos también entren en sintonía con dicho juicio, ya que dicho juicio tiene a la base un lenguaje que sí puede ser por todos entendido.

Lo que quiero destacar aquí, es sobre la posibilidad del cuestionamiento que debe acompañar al deseo, no se trata de aquí ámbitos separados. Se sabe de esto que, la moción inicial es algo que está a la base en las pulsiones, no se trata pues de algo que no parte de uno mismo. Además, si podemos conectar dicho sentimiento con los demás a través de la simpatía, entonces ya hay una referencia externa que acompaña el acto moral. Pero estos actos no se deben mostrar como aislados, sino que deben estar ya habituados en nosotros, por eso la afirmación de Aristóteles de la virtud como un hábito; es decir, estar ya acostumbrados por la elección continua de lo mismo, a hacer de la mejor manera posible nuestras acciones.

Parece claro distinguir aquí que no es sólo necesario el ojo, como órgano de visión, ya que por sí solo no puede ver el mundo. Tampoco el objeto externo como hecho moral. Para que entre ambos aparezca una relación que permita distinguir lo uno de lo otro, debe mediar una luz que clarifique, y de pautas para dirigirse hacia la acción -en este caso moral- dentro de los parámetros de lo bueno o lo malo. Si encontramos viable la tesis de tener un sentimiento moral compartido, como en el caso de Hume y Hauser, sólo contaríamos con el mero órgano visual, no hay nada más. Por otro lado si tenemos mera reflexión vacía, tendríamos sólo el objeto, en este caso como dilema moral con reglas claras, pero sin aplicación concreta. Entre ambos debe entrar el juicio valorativo, como la luz que permite distinguir lo uno de lo otro. El juicio puede aunar uno y otro lado, ya que dará sentido al hecho y podrá ser entendido por todos (si presuponemos tal órgano moral).

El sentido de la luz que es traída por el juicio, viene por el lado de la referencia tomada de un principio, es decir, de algo de lo que se toma esa luz. En ese sentido, hay una identificación plena a través de una esencia que permita darle sentido a ambos ámbitos. Lo que aquí he pretendido hacer es señalar que no sólo es válido reconocer un órgano moral o sentimiento moral, ya que este por si sólo, se avoca a lo que la pasión solicitaría. Mientras que, si este sentimiento se ve acompañado de un juicio que discierna la mejor manera de conseguir lo que el deseo indica, sería mejor. Entonces, aquí el juicio debe ser tomado en un nivel que permita distinguir señales o vías de lo bueno y lo mejor en sentido universal, pero sólo se mostrarían como referencias, ya que el juicio aquí toma el sentido de poner lo universal en lo particular.

Hasta aquí he querido resaltar lo que supone el juicio como posibilidad de unión de principios a caso particulares. De esta manera el juicio deliberativo aristotélico, que toma su esencia en la razón, me parece viable. No obstante aquí se debe recordar que esa referencia también estaba dada por el phrónimos[1], es decir aquel que a través de la repetición de acciones buenas ha podido convertirlas en un hábito, y este hábito es la referencia que toman todos los demás. Sin una pretensión valorativa hacia la razón, quiero poner énfasis en lo que significa que la virtud ya esté dada dentro de las convivencias humanas, y de esta manera funcionen como directrices ya establecidas. Por eso no sólo bastaba tener un asentimiento acerca de lo moral, esto sería solamente el lenguaje que nos permita entender algo como bueno o malo. Pero las pautas ya se ven reflejadas en el mismo actuar, y aquí el peso de lo cultural que suponen las relaciones humanas. Para terminar sólo me falta hacer una reflexión acerca del juicio como la capacidad de aunar principios en la acción concreta, y como a través de esta habituación podemos tener modelos para actuar.
[1] “Wise man is a lawgiver or educator who has the rule in his soul. It is he that in the last resort determines the degree of feeling which is precisely right in given circumstances for particular people” Cf. John Burnet, Aristotle on Education. Cambridge: at The University Press 1967 p 48.

miércoles, 6 de agosto de 2008

ARISTÓTELES: La virtud como una pauta





Ya habiendo partido de una premisa clara, muy a la manera aristotélica de encontrar un principio seguro para a partir de ello poder demostrar lo que sigue, me es necesario aquí recapitular algunas ideas que desarrolla Aristóteles en su ética. El estagirita pone mucho énfasis en el éthos, es decir, en aquella forma cultural que ha tenido ya un largo transcurso y que finalmente se ha asentado en una pólis (como comunidad humana compartida). No hay que perder de vista aquí, que las pautas morales ya están inscritas dentro de un grupo humano, sólo se han ido reafirmando, además los parámetros para lo bueno y lo malo ya están notoriamente delimitados por las virtudes y los vicios que se manifiestan dentro de una comunidad epistémica. De estos dos ámbitos (virtudes y vicios) se debe recordar que se tienen como referencias externas, no se trata de una interiorización de los principios a primera mano.

El hombre posee un érgon, es decir la función según su naturaleza que debe cumplir. Se quiere que esta función se haga de la mejor manera posible, en ese sentido, se está a la búsqueda de una pauta como directriz al momento de actuar. A la manera de una guía que nos encamine por el mejor camino por el que se deba optar. La luz que guía dicho camino, como la posibilidad de acceder de la mejor manera posible a ese érgon, está dada por la virtud, es decir la virtud es la posibilidad de hacer mejor según nuestra función natural. Recordemos aquí la definición de virtud para empezar a recapitular algunos conceptos.

Es, por tanto, la virtud un modo de ser (héxis) selectivo (proairetiké), siendo un término medio (mesótês) relativo a nosotros (prós hêmas), determinado por la razón (lógos) y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente (phrónimos)[1].

Quiero aquí empezar rescatando algunas ideas que me servirán luego para equiparar esta postura con la humeana. Se sabe de aquí que la virtud es un hábito, es habituarse a hacer tal o cual cosa; dicho hábito debe manifestarse en una elección puntual, debe darse en la praxis. Esta elección debe tener como referencia a la razón, es decir antes de elegir debe haber una deliberación, y esa deliberación debe estar acompañada de razón. Pero no sólo la razón da las pautas para la acción, sino que también está dada por el phrónimos, como aquel hombre de experiencia que ya sabe acerca de lo bueno y lo mejor, y además lo puede mostrar según su actuar. Un breve paréntesis aquí me hace tener en cuenta un paso previo en esta elección de lo virtuoso. El estagirita también dice que toda acción está motivada por un deseo, un deseo que es la causa de movimiento en la acción. En ese sentido se desea conseguir un fin, para el caso de la ética el fin al cual se dirigen todos nuestros deseos es la felicidad. No obstante para conseguir lo que los deseos mandan, se debe hacer a través de una deliberación, es decir la posibilidad de sopesar cuál es la mejor opción para llegar a dicho fin. La deliberación se dirige a los medios, que dan la posibilidad de llegar a conseguir lo que el deseo manda. Por ejemplo todos deseamos salud, no obstante se delibera sobre los medios para conseguirla. De ahí que si se quiere tener buena salud se deba comer sanamente, practicar alguna actividad física, etc. Finalmente esta deliberación se hace patente en la elección; la elección manifiesta factualmente el resultado del deliberar. Entonces el ciclo es como sigue: se empieza teniendo el deseo sobre algo (órexis), este deseo es la causa motriz hacia el fin que se quiere alcanzar, luego se pasa a deliberar (boúleusis) sobre cuál es la mejor manera de llegar a ese fin, es decir el deliberar ya nos pone en el camino hacia lo que el deseo dictó; finalmente la elección (proaíresis) es la que manifiesta en la praxis, todo lo anterior. Aquí quiero rescatar una idea muy importante y que la anuncié en el inicio, me refiero a la deliberación y el juicio valorativo como pautas para alcanzar algo de la mejor manera posible. La deliberación (boúleusis) es propia de una virtud que Aristóteles llama dianoética, me refiero a la phrónesis. Aquí me es útil rescatar dos ideas centrales acerca de esta phrónesis. Se sabe de esta virtud, que versa sobre lo que sí puede ser de otra manera, es decir sobre lo contingente. Pero estando en el nivel de virtud intelectual, va a actuar sobre principios claros, que han sido dados por el noús, es decir como la universalización de los principios acerca de lo bueno y lo mejor para el hombre. Pero si su aplicación es sobre las cosas que pueden ser de otra manera, tiene que conectarse con las virtudes éticas, es decir, con aquellas que sí actúan en el nivel de los hombres. Entonces la phrónesis es la que da contenido a las virtudes éticas. Ya que, lo que se quiere aquí resaltar, es la posibilidad del juicio acerca de lo bueno y lo malo; además, si dicho juicio parte de una deliberación que está acompañada de razón o de phrónesis se manifestarán los principios que en un primer momento se han dado en un nivel intelectual.

Aquí quiero que no se pierda de vista el carácter de la deliberación como la unión de principios en la acción concreta. Dado que lo que aquí pretendo destacar es la posibilidad de tener directrices en la acción, desde las cuales se puedan encaminar todas las acciones particulares.
Notas:
[1] Aristóteles, Ética Nicomáquea, traducción de Julio Pallí Bonet. Madrid: Gredos 1985. EN. 1106b 35 – 1107a 1

martes, 5 de agosto de 2008

HUME: la servidumbre de la razón




Antes de entrar directamente con la teoría moral que desarrolla Hume, me es necesario hacer algunas precisiones y distinciones que da el propio Hume acerca del conocimiento. Se sabe que Hume llevó a extremo el empirismo, hasta convertirlo en escepticismo. No fue sólo la tabula rasa de Locke, la que estará inmanente en sus reflexiones; es decir, que nosotros entramos en el mundo sin ninguna idea innata; sino que -a la vez- se pone un acento muy fuerte sobre el sentimiento, y cómo aquel nos involucra con el mundo. Uno parte hacia el mundo a través de los sentidos, ellos aprehenden del mundo todo el material sobre el que debamos conocer. De esta manera sólo se trata de la relación mundo- sentidos, la razón no ha intervenido en ningún momento; la razón se presenta como algo auxiliar y que se da en segundo momento. De esta separación entre sentimiento y razón para el caso del conocimiento, se sabe que la razón sólo se da según lo que el sentimiento ha mandado. La razón, es la que obedece al sentimiento, nunca al revés. Se sigue de aquí la misma fórmula para la moral; además, cuando se habla sobre la moral se dice que ésta recae sobre un sentimiento moral (moral sense).

Parece que otra vez se ha regresado a la diferencia moderna que se hace entre razón y sentidos, no obstante quiero centrarme en la idea humeana de la moral como sentimiento, y que además, es compartido. Fuera ya de las disputas modernas de encontrar una mathesis universalis basada plenamente en la razón o la aprehensión sensorial, me baso aquí en una idea que debe llamarnos la atención, me refiero aquí a la posibilidad de la existencia de un sentimiento compartido acerca de lo bueno y lo malo. Además, si eso se puede dar, la moral de Hume debería llamarnos la atención. Si es que existe tal sentimiento que parte de uno, y que además encuentra referencia en el otro, es pues totalmente resaltante la posibilidad de encontrar un consenso en el otro, que esté basado (consenso) en el mismo sentimiento que yo expreso. Esta moral se basa únicamente en el sentimiento, o mejor dicho en la pasión (como llama Hume a esta moción inicial de la que parte todo lo moral). Aquí recordemos que la razón se encuentra muy al margen, además es impotente al referirse a la pasión.

Pero regresemos al problema, o mejor dicho a la idea central de esta teoría. Si nosotros podemos expresar una sentimiento moral que va a ser aprehendido por el otro, es decir ambos entramos en sintonía en lo que la moral significa, se puede deducir de aquí, que todo juicio valorativo de lo bueno y lo malo, va a ser asentido de la misma manera por otra persona. Esta podría ser una premisa inicial a la ora de actuar, o mejor dicho a la hora de enfrentarnos con dilemas morales. Se intuye de aquí, la posibilidad de encontrar un asidero compartido para que haya un consenso acerca de lo bueno y lo malo. Una premisa tan básica como esta puede acompañar una postura moral que quiera hacer algo a nivel macro.

En el inicio del libro Moral Minds: How Nature designed our universal sense of right and wrong de Marc Hauser[1], hay tres epígrafes que llaman la atención, la primera es de Darwin, en el cual nos dice que, lo que nos distingue de los animales es el sentido moral o la conciencia, que es el más noble de los atributos humanos. Luego la cita de Hume en la cual se retoman algunas ideas principales de su moral: la moral excita las pasiones y produce o previene las acciones. Ella misma (la moral) es imponente, luego, las reglas de nuestra moral no son conclusiones de nuestra razón. Por último la cita de Chomsky que dice que el desarrollo de un sistema, teoría o juicio moral requiere de un resultado biológico que se ha dado por necesidad. Sin pretensión de tomar este problema por el lado evolutivo, quiero aquí apuntar a una idea que se comparte en las tres posturas. Me refiero a la posibilidad de la existencia inmanente de algo así como el sentimiento moral. Sin pretender exagerar esto, los estudios recientes acerca de la moral como sustrato biológico a los que hace referencia Hauser en el libro ya citado, deben poner en reflexión la posibilidad de la existencia de algo así como, lo que Hauser llama: un órgano moral (moral organ), ya que las pruebas que Hauser refiere en sus estudios no harían sino corroborar esta idea. Es decir, la existencia de un órgano (no en el sentido espacio- temporal) en el cual se puedan asentar todas las ideas que nosotros tenemos acerca de lo bueno y lo malo; y esta referencia intersubjetiva que se tiene sobre estos juicios, cae sobre la simpatía. La simpatía, entonces, sería algo así como un lenguaje que nos permita comunicar lo que el sentimiento moral indica. Se trataría más o menos de un sustrato común compartido en lo que se refiere a la moral. En ese sentido, es válida la analogía con la idea de Noam Chomsky, acerca de una gramática universal para el caso del lenguaje. Dicha gramática universal de Chomsky, dice que tenemos una predisposición innata al lenguaje, y que los principios gramaticales de todas las lenguas son universales. El lenguaje no es algo que se aprende a partir de cero después del nacimiento, porque ya llegamos a este mundo con un “órgano del lenguaje” en nuestra mente, y que nos permite entender y construir frases de forma instintiva. Pero además, la estructura con la que construimos oraciones (gramática) sigue unas normas comunes en cualquier lengua que haya existido, y que además los niños la reconocen automáticamente.
Nuestro cerebro, al nacer, dejó de ser considerado una tabula rasa en la cual sólo se empieza a escribir a partir de nuestras experiencias y aprendizajes. Ya que la misma estructura de una tabula indica la posibilidad de escribir sobre ella. Esta nueva visión revolucionaria acerca del lenguaje ha servido a Hauser para poner de manera análoga el problema de la moral. Aquí la definición de Hauser:
“Nacemos con un instinto moral, una capacidad que crece de forma natural en cada niño, desarrollada para generar juicios rápidos sobre lo que es correcto o incorrecto, y basada en unos procesos que actúan de forma inconsciente. Parte de este mecanismo fue diseñado por la mano ciega de la selección darviniana, millones de años antes que nuestra especie evolucionase. Otros aspectos fueron añadidos o actualizados durante la historia de nuestros antepasados, y son exclusivos de los humanos y su psicología moral[2].”

La simple posibilidad de pensar acerca de la existencia de algo así como un órgano moral, hace aquí plausible la posibilidad de un entendimiento intersubjetivo basado en el sentimiento. Hume apuntaba a lo mismo; es decir, la evaluación acerca de algo como bueno o malo, estaba de antemano dado por el sentimiento, la razón no podía intervenir. Si seguimos de cerca lo que Hume refiere, podemos sabe que: “Lo que existe en la naturaleza de las cosas dicta la norma de nuestro juicio, mientras que, lo que un hombre sienta dentro de sí mismo es lo que marca norma del sentimiento[3]”. Entonces toda moral debe estar basada en la posibilidad de compartir ese sentimiento inicial acerca de un acontecimiento, no hay pues algún agregado externo. Además según Hume “Las mentes de los hombres son similares en sentimientos y operaciones, y no hay ninguna que sea movida por una afección de la que, en algún grado, estén libres las demás[4]”. De esta manera todos estamos ya determinados a asentir lo mismo cuando nos involucramos con una acción moral. Así, la determinación se hace más patente al momento de censurar o aprobar una acción, ya que todos poseemos las mismas facultades para determinar la afinidad de lo hechos morales con nuestros estados mentales.

Esta premisa básica nos permite indicar sobre la existencia de algo compartido por los demás, como un lenguaje o una gramática universal (universal moral grammar en palabras de Hauser), sea pues esta la premisa que indique una pauta acerca de lo bueno y lo mejor para el hombre.


NOTAS

[1] Hauser, Marc, Moral Minds: How Nature designed our universal sense of right and wrong. Harper Collins Publishers: New York 2006
[2] Cf. Hauser, Marc, Moral Minds: How Nature designed our universal sense of right and wrong. Harper Collins Publishers: New York 2006. p. VII (La traducción es mía).
[3] Hume, David, Investigación sobre los principios de la moral. Madrid: Alianza Editorial 1993. p. 34
[4] Hume, David. Tratado de la naturaleza humana. Madrid: Técnos. 2002. p. 765